lunes, 25 de mayo de 2009

Un retrato lleno de penas.

Acabo de levantarme. Mi mamá ya no está. Ahora me encuentro sólo, mi hermano tampoco está. Hoy me siento más triste que nunca, nadie está. Se fueron, me abandonaron, creo que es culpa de aquel superior. Ese castigador que lo único que nos regala es sufrimiento en este mundo lleno de dolor.

En realidad nadie esta, todos no están. Es la realidad de la vida, diría yo. Entre tantas cosas que vemos y tantos abandonos y desaires que vivimos a medida que pasa el ocaso del tiempo logramos llegar a la conclusión que lo único seguro que nosotros tenemos es el fin. Por eso he decidido levantarme como toda mañana con aquel pensamiento diario, de ver aquella cama desamparada con sus cabellos rizados regados en sus almohadas, su fragancia en estado de ausencia y su eco que ya no existe. Escandaloso, fastidioso, llamándome para alistarme para la escuela.

El teléfono suena y maldita sea es una de sus amigas lamentando su ausencia, Amparo. Ella intenta alegrar mis estúpidos días y me dice lo mucho que lo siente. Pura mierda. Nada gano cuando su estúpida voz chillona intenta endulzar mis tristezas, lo único que me brinda es dolor y desesperación…Porque ni ella, ni me hermano se encuentran.

Nunca los habría soltado si hubiese adivinado que esto se convertiría en un dolor insanable para esa cosa que se llama alma. Quiero reventar cada momento que vivo, callar todas las voces que me rodean y adjuntar cada dolor, dárselo a aquel Dios a ver si logra sanar ese conflicto que creo en mí.

Ya no quiero pensar más, quiero callar mis penas y morir en paz. Abandonar mi comienzo y conocer ese fin, donde pueda tocar ese supuesto paraíso o ahogarme en ese infierno donde esos antiguos malhechores sienten sofocación. No sé, sólo quiero escapar.

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